
Por: Verónica Velásquez Agudelo
No sé cómo llegaste aquí, no sé quién eres, no conozco tu fecha de cumpleaños, ni tu color favorito, ni siquiera sé si eres hombre o mujer, si eres alto, bajo, rubia, morena, si tienes todo o acabas de perder a alguien. No sé quién eres, pero quiero que sepas algo, quiero que sepas que eres alguien maravilloso, que con tu presencia iluminas la vida de muchas personas, incluyendo la mía, que me encanta verte sonreír, que me encanta verte empoderada.
Nunca te lo había dicho, pero me encantan tus ojos y más cuando sonríes. Justo así, a eso me refiero, me encanta verte y saber que estás bien, que a pesar de los problemas sepas que cuentas conmigo, no importa el día, la hora o el lugar, siempre estaré ahí para ti, aunque no diga una sola palabra, prometo abrazarte, escucharte y prometo hacerte saber que todo está bien. Siempre te amaré, así como eres y no cambiaría ningún milímetro de ti. ¿Quién soy yo? Digamos que una buena amiga que con esta historia hará de ti alguien totalmente diferente.
Comencemos esta historia en un piso sexto de un edificio, esa casa, mi anterior casa era un lugar donde podía desahogar todo lo que había vivido en el día, mi personalidad no era la más adecuada, una niña grosera, que decía las cosas sin pensarlo. Todos los días llegaba a este lugar muy cansada de las actividades hechas en el día, pero al momento de entrar por esa puerta solo había ruido y mucha contaminación de las calles de por fuera, mi actitud sobrepasaba los límites y mi desesperación aumentaban.
Como no tenía la mejor actitud cada vez que llegaba, las peleas con mis padres y mi hermano eran cada vez peor, los gritos y las palabras ofensivas abundaban en esa casa. Mi único remedio era encerrarme en el balcón, porque era un lugar donde no me iban a buscar y como había tanto ruido por los exteriores podría llorar y desahogarme sin que se dieran cuenta. Día tras día ocurría lo mismo y yo no hacía absolutamente nada para cambiar esta situación.
En ese momento tenía unos amigos y unos amores totalmente diferentes a los que tengo ahora. Por cosas del destino, un día sufrí una ruptura amorosa, no entendía el por qué estaba pasando eso en aquel entonces, me sentía destrozada, como si la vida me hubiera arrebatado lo que más quise, y adivinen ¿dónde ocurrió todo eso? En ese balcón de paredes amarillas y rejas azules. Lloré y me culpé por todo lo que había pasado, sin entender que la vida me iba a mostrar luego los motivos por los cuales esto sucedió.
Pasaron los días, mis padres fueron un gran apoyo, comencé a ir al psicólogo para trabajar mi autoestima y mi amor propio, aunque esta parte no es tan relevante porque realmente los que me ayudaron en estos temas fueron mis papás y mi hermano. Cada día me sentía mejor y ellos fueron mi gran ayuda y apoyo, mi mamá hablaba conmigo todas las noches, nuestras reuniones las hacíamos en el balcón, para que nadie nos molestara y ella pudiera darme ánimos, allí realizábamos unos ejercicios con un Japa Mala que me había regalado. Olvidé contarles que mi relación con mis padres cada vez mejoraba y mi hermano se volvía mi mejor amigo cada vez que pasaban los días.
Mi padre, en esos tiempos, me regaló un libro que él ya había leído y que sentía que iba a ayudarme a crecer como persona y aprender de las situaciones de la vida. Quién iba a pensar que se iba a convertir en uno de mis libros favoritos, “los cuatros acuerdos”, ser impecable con las palabras, no tomarse nada personal, no hacer suposiciones y dar al máximo lo que puedas, estas ideas hicieron que mi mente y mi forma de pensar cambiaran totalmente. Mi padre es de pocas palabras pero con este regalo hizo que yo pudiera entender muchísimas cosas, comencé a comprender que la vida es un arcoíris de colores y que mirar a blanco y negro no es bueno ni es una opción para nadie.
Todo lo anterior, hizo que me quisiera hacer mi primer tatuaje, lo hice basándome en los glifos egipcios, que simbolizan lo que se quiere para la vida, y yo descubrí que lo que más quiero es regirme en cuatro principios, trascendencia, transformación, creación y aprendizaje, entonces lo que hice fue plasmarlo cerca de mí para siempre recordarlo.
Continue leyendo, aprendiendo, estudiando acerca de todo lo que pudiera hacerme crecer, y el mejor espacio para hacerlo siempre fue el balcón, allí sentía que podía ser yo sin que me vieran dentro de mi casa, donde hablar duro no era un problema porque nadie iba a escucharme y donde divisar la ciudad hacía que yo pudiera inspirarme.
Toda ese trascender ocurrió en mi vieja casa, hasta que un día tuve la sorpresa de que nos íbamos a cambiar de casa, nos pasamos para un edificio y ahora vivo en un vigésimo noveno piso, con la mejor vista que alguien se pudiera imaginar. Este cambio de casa me ayudó a comenzar de nuevo, a conocerme e integrarme mucho más con mi familia.
Y adivinen ¿Cuál sigue siendo mi espacio favorito? Obviamente el balcón, aunque este es mucho mejor que el anterior, amplio, fresco y silencioso, aquí ya puedo meditar y pensar en todo lo que me he convertido. Ya puedo decir que le encuentro sentido a la vida, es que cuando no estaba enraizado en la tierra, en la vida, me sentía en la deriva y cualquier ráfaga de aire me podía desestabilizar por completo. Aquí encontré mi motivo para vivir, he aprendido por medio de mis lecturas y conversaciones con mi familia afrontar los problemas y reveses que la vida trae.
En este lugar soy más amiga de mi hermano, siempre me dice que no me preocupe por lo que me pase, que si tengo mucho trabajo, no te preocupe, que si perdí un examen, no te preocupe, o que si tuve una pelea con alguien cercano, no me preocupe, y tiene toda la razón, la vida no es para preocuparse, sino para disfrutar, para amar y ser felices.
Aquí en este lugar he aprendido, lo digo así porque todavía no he terminado de aprender, que la falta de sentido es uno de los problemas más grandes que abruman a las personas, y es que cada uno de nosotros nos hemos preguntado en algún momento de nuestra vida, ¿para qué estoy aquí?, qué sentido tiene mi vida, y la falta de respuestas nos puede llevar a sentir angustia, y en otros casos, tristeza y depresión. Podemos llegar vivir situaciones donde se nos arrebata alguna cosa que amamos, pero no podemos olvidar que somos libres, libres de decidir, de pensar y de actuar. Mis padres siempre me preguntan que ¿para qué estamos aquí? y ellos mismos se responden pues es para enfrentar nuestro propio camino.
Nunca podemos olvidar hacer lo que nos gusta y que esté encaminado a lo que somos, es que todos nuestros sueños y proyectos son válidos si sentimos que eso llena nuestra existencia y le da plenitud a nuestra vida, seamos mariposas, mariposas que vuelan libre, que evolucionan como nosotros lo hacemos todos los días, puesto que venimos a este mundo ser más sanos, más completos, vinimos a ser felices a disfrutar nuestro viaje, a amar cada detalle que la vida nos da cada día.
Por eso quiero ir terminando esta historia de aprendizajes en el balcón, con algo que escuché recientemente “que todo lo bueno te siga, te encuentre, te abrace y se quede contigo”, aquí entra una cuestión y es que todo aquello de lo que puedas aprender lo hagas, aunque sea para ofrecerte la lección, que fabriques cada piedra en tu camino, que pintes rayas y puntos finales, que así como te caes te vuelvas a levantar, que crezcas y vivas. Sé consciente de lo bueno y lo malo porque es mejor vivir revolucionado mirando al horizonte y que la mejor manera de estar a salvo es dejar a un lado la mediocridad, esto lo aprendí de mis padres.
Recuerda al igual que yo que podemos volver a empezar de cero, donde los logros merecen ser celebrados, y los fracasos reconceptualizados, no olvides que las sombras y los demonios también pueden ser abrazados, que la tristeza también es buena porque nos ayuda a valorar lo que tenemos. Simplemente no dejes que nadie castigue tu sensibilidad y ten muy presente que llorar no es sinónimo de debilidad. Sé especial y auténtico, como mis padres y mi hermano me enseñaron ser.