Por: Valentina Jiménez Rivera
Recuerdo cuando era niña y me montaba en cada uno de los árboles, allí, podía ver las cosas desde otra perspectiva, me sentía cómoda y segura, sentía que mi hogar podía estar allá arriba. También recuerdo que todos los niños teníamos como nuestra propia casa del árbol y ahí vivíamos miles de aventuras.
Era el año 1960 y los niños solíamos salir frecuentemente al parque. Mi nombre es Elizabeth y tengo 7 años y mis amigos son: Felipe, Santiago y Marcela. Todos tenemos gustos diferentes. Sin embargo, coincidimos en algo: a todos nos gusta trepar en los árboles. Yo prefería subir a la punta de ellos, Santiago y Felipe, preferían subir hasta la mitad y Marcela, elegía la parte más baja del árbol.
El parque está repleto de árboles, con mucha variedad de frutas para escoger y tipo de ramas para escalar, pero ese día en especial, nos reunimos en medio de la zona verde en donde decidimos escoger cada uno un árbol. Yo por supuesto escogí el de mandarinas, porque era más cómodo y allí encontraba las más dulces del todo el parque, incluso podía acostarme en medio de sus ramas.
Santiago escogió el de guayabas, Felipe el de los limones y Marcela el de mangos. Todos estábamos relativamente cerca, sin embargo, todos cuidábamos nuestros árboles y nos apropiábamos de ellos, pero teníamos como norma, que podíamos hacernos la visita de un “imperio” a otro, pero conservando la jerarquía: el que el rey (el dueño del árbol) siempre debía estar en la parte más alta, mientras que los otros simplemente serían parte de la nobleza o incluso esclavos. Estando todos ahí, podíamos imaginar un castillo enorme, en donde todos cumplíamos funciones de acuerdo al mandato del rey, e incluso llevábamos ofrendas (otros frutos) para poder repartir y si alguno no llevaba, podíamos ir a invadir su territorio y colonizarlo.
El reino de Santiago, era interesante y yo quise explorarlo al máximo cuando fui su invitada, y allí descubrí una forma de pasar por una rama a un techo de una caseta que siempre estaba cerrada. Al descubrir esta nueva tierra, supe que allí podía realizar otras cosas: construir escaleras y ampliar mi territorio. Sin embargo, la caseta misteriosa daba un poco de terror en su interior, había una pequeña ventana en la que se podía observar un poco, pero era tan oscura, fría y tenía un olor particular que nunca supe cómo describir.
Al final, compartí mi nueva tierra con los demás reyes, pero a medida que transcurrían el tiempo, los demás reinos comenzaron a apoderarse de mi territorio, unieron fuerzas y así fue como se armó una guerra contra mi imperio. Por ello, tuve que migrar a mi imperio de mandarinas, en donde descubrí que fácilmente podía pasarme de un árbol a otro y así fue como conquisté el árbol de níspero y luego de algún tiempo, realizamos diálogos de paz entre los imperios, hasta volvernos uno solo. La noche ya había llegado y nuestra aventura del día había acabado, por tal razón mañana continuaríamos con nuestra aventura, en donde los árboles serían los protagonistas de cada historia.