
Por: Paola Andrea Pachón Quintero
Eran las 1:45 p.m. Y sabía que se acercaba la hora de salir, la hora en la que ya podría irme a la casa a descansar. Pero no sólo eso. Estaba cerca el momento en el que vería en la puerta del Colegio San Francisco Javier a un hombre alto, de piel clara, con ojos claros, con una sonrisa única, vestido con una camisa manga larga, pantalones lino y una boina que lo caracterizaba. Ese hombre era mi abuelo. La persona que desde que inicié mis estudios en aquel colegio hasta que terminé mi décimo grado fue a recogerme cada uno de esos días, a la hora de salida para llevarme a su casa, “la casa de mi abuelos”.
Todo esto ahora, luego de casi 6 años, tiene más significado que nunca. No solo por lo que pasaba en este camino, sino porque sólo hasta hoy me llena de sentimientos y recuerdos mi segundo padre, mi mejor amigo entonces, mi compinche, mi alcahueta, mi abuelo Raúl.
Él juntos a mi padre y primo han sido los hombres de mi vida, pero cualquier persona a la que le preguntes sobre quién era mi abuelo para mí, te puede decir sin pensarlo mucho, que era mi todo. Solo verlo cómo se emocionaba al decirle que tenía que recogerme en el colegio hacía de los días los mejores, más felices, más tranquilos, más perfectos. Cada día al tocar la campana sabía que él estaría ahí, esperándome con una bella sonrisa, cansado, colorado, pero feliz de estar ahí.
Es en ese momento, después de vernos y saludarnos, es que empieza todo. Mi colegio quedaba un poco retirado de mis abuelos, pero siempre preferíamos caminar que coger alguna ayuda del transporte público, a mi abuelo le gustaba disfruta todas sus caminatas, siempre le traía nuevas amistades.
Al frente de allí quedaba la estación de policías, la cual aún sigue funcionando, ese era nuestro primer lugar por donde pasábamos para estar más cerca de llegar. Luego de esto, caminábamos por una calle larga en la que siempre encontrábamos una de las unidades residenciales de la zona, en la que vivimos por algunos años, allí mi abuelo le encantaba charlar un rato con los porteros del lugar.
Continuando con el trayecto luego de unas dos o tres cuadras, había un lugar en el que nos encantaba sentarnos a descansar un rato y este era una panadería, en toda una esquina; allí había un muro en el que mi abuelo y yo pasábamos el rato comiendo galletas de chips de colores (mis favoritas) y algo de tomar, preferible una jugo de mora o la gaseosa Manzana; además que aprovechamos este espacio para jugar, reír, hasta jugar con un perro que permanecía siempre en la panadería.
En ocasiones, mi abuelo prefería solo descansar no comer nada porque más adelante me compraba dulces en otra tienda, pasando la iglesia San Bernardo, otra referencia que evoca todo este camino hasta la casa. La iglesia tuvo mucha presencia de mi abuelo, también fue parte de muchos momentos familiares, como el bautizo de mi ahijado, confirmaciones de primos, matrimonio de oro de mis abuelos y demás.
Caminar con mi abuelo significaba estar conectados en algo, ser esa nieta y abuelo que nos gustaba ser, sin que nadie se involucrara, sin que nadie opinara y era la muestra de amor más pura que teníamos ambos. Siempre me acompaño a todos los lados que le pedía, siempre lo hizo con el mayor amor posible y se lo agradeceré cada día. Será todo para mí y escribir sobre él me duele, pensarlo, extrañar