Al mismo nivel del mar

Más allá de la distancia que existe entre dos cuerpos, hay un lugar en el que siempre se encontrarán las almas. Un paraíso que nace a través del caos y el bullicio.

Por: Manuela Rendón Rodríguez

Santa Marta, una playa que es testigo del último momento entre un padre y una hija que ha permanecido infinito y que, sin importar las consecuencias de la muerte, unirá su corazón al de ella para encontrarse allí: al mismo nivel del mar.

Cuando estás en ese lugar, piensas que todo es eterno, que nada se acaba, que nadie se va y que los momentos son infinitos. Con el tiempo te das cuenta que nada es para siempre, pero los momentos que vives se vuelven infinitos en la memoria. Esta es la historia de un amor que permanece vivo a pesar del tiempo, de la distancia y la muerte; entre un padre y una hija. ¿Cómo congelar eso en el tiempo? a partir de la memoria; en un lugar donde los momentos se hacen eternos. Contaré nuestro amor en cuatro días, cuatro días que pasaron en el mar, y que son el resumen de 19 años de amor entre mi padre y yo. Pero, ¿Dónde comienza esta historia? No en el avión, ni en el mar, ni es el hotel donde estuvimos ese año, ni mucho menos en aquella ciudad. Esta historia comienza en el presente, inicia en el recuerdo, donde nace todo lo que está destinado a ser eterno.

El Recuerdo

Era13 de marzo del año 2018. Estaba sentada al lado del amor de mi vida (que aún no sabía que era el amor de mi vida). Solo se me ocurría pensar en lo infinito que era aquel momento al sentir la forma en la que me miraba, me enseñaba a percibir el mundo a través de sus ojos, y esa forma tan particular de sonreír. En ese momento sentí que era tan infinita que merecía saber más de mí, y decidí escribir, porque por alguna extraña razón que creo que se llama “amor”, siempre termino hablando de él, de mi papá. En ese momento decidí escribirle algo con el que decía en pocas palabras que lo amaba. Un momento infinito merece recordar un momento infinito, y es aquí el momento donde nace la historia, la historia en el mar, con el otro amor de mi vida, mi papá. Le regalé una carta con una foto, el último atardecer del quinto día en el mar.

 

Enero 2015, Santa Marta

Te preguntarás porqué te regalo esta foto, y especialmente el porqué reitero tanto en la fecha. Esta foto la tomé en el año 2015, en una tarde en Santa Marta. Esa fue la última tarde en el mar que estuve con mi papá; en conclusión, es el último recuerdo que tengo con él en el mar. Y quiero que la tengas… Para que entiendas y reafirmes que el mar es todo aquello que piensas que es. Es todo lo bonito y todo lo inmenso. Y todo lo que pasa en el mar es inmenso como él mismo. Y para que entiendas también que ese lugar es el único en el mundo donde se juntan el mar y el cielo; y en esa línea perfecta que forman se encuentra la vida y la eternidad. Cuando lo conozcas piensa en eso y sé que serás muy feliz.”

 

Día uno: “El viaje de las primeras veces”

Era el viernes 9 de enero del año 2015. A las 2:00 p.m. estaba programado el viaje con destino Medellín-Santa Marta. Estábamos mi papá, mi mamá, mi abuela, mi hermano y yo, esperando en el aeropuerto a que nos llamaran para abordar el avión. Fue un momento de mucha ansiedad, ya que era la primera vez que vivíamos esta experiencia. Al subir al avión fue una sensación muy extraña, pues tenía miedo y estaba muy feliz. ¿Cómo es posible eso? pues eso es lo que causa montar en avión por primera vez. Primero sientes mucho miedo al despegar, luego, volando, es que llega la calma. En ese momento quería ver las nubes, pero no podía, estaba en un asiento de la mitad. Mi padre, estaba en una ventana, me miró y me dijo: “Bebé, ¿Quieres hacerte acá?” Claro, le contesté. Pude sentarme y por primera vez vi las nubes debajo de mí, estaba sobre las nubes, literalmente. Ahora todo era más lindo y solo pensaba en la tranquilidad que sentía en ese momento. Pensé que se había congelado el tiempo, pero no, 45 minutos y ya volvía el miedo y la ansiedad en un aterrizaje, y por fin, llegamos. Veía el mar, todo era hermoso, con mi compañía. 

 

“La primera impresión” 

Conocimos Santa Marta por primera vez. Teníamos muchas expectativas respecto al lugar, y cuando llegamos, lo primero que notamos es el mar, y luego de eso, después de que bajas del avión y miras a otro lugar que no sea el horizonte, ves caos. Una ciudad sin algún tipo de orden lógico, todo va en desorden y lo único que sientes es que te encuentras en otro lugar totalmente diferente al que tenías en mente. Hay cierto tipo de intriga y un poco de decepción. Luego miras al lado y están los tuyos, tu compañía, con quienes el lugar más feo del mundo se convierte en el lugar más lindo para estar, y eso sucedió, Santa Marta nos recibió con caos, pero luego nos regaló un atardecer donde veíamos al fondo una línea que juntaba al cielo con el mar; en ese momento sentías que todo valía la pena, que todo era hermoso y que esa era la razón por la cual estabas allá. Todo lo que necesitaba en mi vida era absolutamente todo lo que tenía en ese momento. Llegamos al hotel y ya era de noche. La ciudad de noche da calma. La habitación no era lo que se esperaba, pero podíamos estar tranquilos en aquel lugar.

 

Día dos: “El caos, el mar y el amor”

Si pudiera describir este momento, en una palabra, sería amanecer. Amanecer es como renacer, volver a empezar, tener nuevas oportunidades y crear. Cuando despiertas y te das cuenta que estás a pasos del mar, algo te anima a levantarte temprano, sin importar el sueño. En el día dos fuímos al mar, es hermoso, pero de lejos. Resulta que cuando estás en una playa llena de personas y con un calor abrasador nada se vuelve tranquilo, y esta no era la excepción. Pero él, sí, mi papá, salió corriendo como un niño chiquito a nadar en medio de toda esa gente. Y yo hice lo que tenía que hacer como buena hija, ir tras él y nadar. Mientras los otros se quedaban en la playa mirando cómo se acomodaban, yo estaba ahí, en el mar, con mi padre. Y por un momento sentí que todos desaparecieron, y que no existía más que nuestra felicidad completa como niños nadando en el mar. El caos, la intranquilidad, la desesperación, se fueron. Y llegó la paz, la paz que él me daba, la paz que solo quitaría una ola que me arrastraría un montón de metros a la orilla, casi ahogándome y recibiendo el primer alimento del día, agua salada. Pero bueno, la verdad lo que más importaba era su risa, tratando de salvarme siempre del mundo y fracasando en el intento, así que sin pensarlo terminó golpeado por otra ola, entonces salvándome terminó él en las mismas, porque así era en el mar y así pasaba en la vida. Aunque no importaba salvarnos, solo importaba estar siempre juntos.

 

Día Tres: “Orinar en el mar es un placer de la vida”

Después de visitar playa blanca, que es hermosa, pero se nota el deterioro de la misma por el afán del ser humano en apoderarse de todo lo que ven. Llegamos de nuevo a El Rodadero, mi mamá y mi abuela se fueron a descansar al hotel; solo quedamos en la playa mi hermano, mi papá y yo (y miles de personas que estaban en la allí, ¡claro!). Fue una tarde especial, porque estábamos los tres compartiendo un momento que no solíamos compartir. Mi papá no tomaba porque era abstemio, llevaba casi siete años sin probar un trago, y mi hermano y yo siendo considerados con él solo tomábamos cerveza. La combinación perfecta: mar y cerveza. Pasaron las horas, veía como caía el sol en el mar hasta esconderse en él y llegó la noche. Y consigo unas ganas de orinar que solo la provocaba tomar cerveza. Mi hermano y yo nos metimos al mar a las 11:00 de la noche… Nadie sabe el placer tan grande que es eso. Y mi padre, desde la orilla esperando a que sus hijos no se ahogaran gracias al grado de alcohol que tenían en su cuerpo. Siendo siempre un buen padre, viendo siempre cómo sus hijos hacían hasta lo mínimo que querían hacer. Todo, por verlos felices.

 

Día cuatro: “Siempre al mismo nivel del mar”

Siempre quiso que le enseñara a usar la cámara, y ese día no era la excepción. Era el último día en el mar, y traté de enseñarle cómo utilizar la cámara, pero no funcionó, porque nunca funcionaba, siempre trataba de enseñarle algo nuevo, pero no aprendía. Eran las 5:45 de la tarde y ya estaba cayendo el sol en el mar, ese momento mágico dura segundos. Cuadrar la toma perfecta dura más que esos segundos. Detrás del afán de conseguir la toma perfecta, se veía el mar, el cielo, los colores, el sol, la línea del horizonte, todo era perfecto. Pero no era perfecta la foto, sino lo que estaba detrás de ella; una cámara, un padre y una hija, esa era la postal perfecta de aquella tarde. 

Un amor infinito en el último día en el mar. Un amor infinito que quedaba permaneciendo congelado en el tiempo, y los testigos no éramos nosotros, eran el mar y el cielo. Testigos de un momento, de un amor que estará siempre en la eternidad. Porque siempre estaremos al mismo nivel del mar, porque nada es más fuerte que el amor, ni siquiera la muerte. Porque más allá se encuentra la eternidad, en una línea donde el cielo y el mar se juntan, donde siempre estaremos él y yo. Él a un lado de la línea y yo del otro lado. Hasta que en algún momento de la eternidad volvamos a estar al mismo lado.

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